lunes, 2 de enero de 2017

CAPITULO UNDECIMO: ESENCIALMENTE MISIONERAS (8)

3- CONSAGRADAS PARA SERVIR (2)

La pobreza: cuando establece sus normas sobre ella, para el Instituto, la ve como una situación de dependencia, como un espíritu de desprendimiento que ayuda a simplificar las necesidades habituales de la vida. Vivir como pobre es aprender a recibir y, no poseyendo nada como propio, a poner todo en común. Y en loque podría sentirse como una frustación, florecerá la alegría de un corazón verdaderamente liberado. Pero cuando no se carece de lo necesario, menos aún de todo lo que puede asegurar una buena salud, de qué manera conocer algo de la dura condición de los verdaderos pobres cuya carencia llega hasta la miseria y el hambre?
Por el hábito a las renunicas personales, a través del compartir todo lo ue tienen y lo que son, en la simplicidad de sus elecciones y de su modo de vida, en una solidaridad estrecha con los más desprovistos, las Hermanas vivirán en verdad una pobreza efectiva dispuestas a dar todo lo "que han recibido gratuitamente del Señor", y capaces de aceptar con coraje las privaciones, la incomodidad o incluso la inseguridad que- momentáneamente al menos- pueden sobrevenir en sus vidas.

El celibato consagrado: para quien desea ir más allá de un amor y de un hogar, con el propósito de entregarse más libremente a todos, requiere del dominio de sí, un hábito de reserva y especialmente una entrega total al Señor. 
Pero ésto de ninguna manera excluye la riqueza de las relaciones, los vínculos fraternales o la amistad, de la que el Padre Planque tiene una elevada idea.
"Su mismo nombre es santo", se encuentra en notas de sermón, "y sus derechos inviolables". "Dos cosas hacen sólida una amistad: el afecto que es su fundamento, y la fidelidad que interviene como el sello y la consolidación del afecto mutuo, de esa especie de contrato por el cual se compromete fidelidad uno al otro..."

Como viven en países todavía poco conocidos por ellas, el Padre recomienda a sus hijas la prudencia, y mucho más teniendo en cuenta que las mentalidades y las costumbres consideran como gran honor la fecundidad del casamiento y no están aún preparadas para comprender el celibato.
Pero les gusta recordarles a menudo, que es la amistad de Cristo lo que da sentido a ésta consagración. Dónde encontrar, si no en la oración, la fortaleza y la fuerza de trabajar para forjarse un corazón libre, dichoso en hacer a los otros felices. En efecto, es un medio muy seguro para lograr una vida apostólica el hacer brillar la caridad y el saber crear alrededor de sí, un clima franco y sano donde, en la transparencia, la simplicidad y la libertad del corazón, el celibato consagrado pueda testimoniar verdaderamente lo que  quiere ser: un signo de la ternura de Dios.

En cuanto a la obediencia, es seguramente una de las virtudes que el Padre inscribía de buena gana al frente de todas las otras y que recomendaba más frecuentemente a las Hermanas (1).
El modelo que propone es siempre Jesucristo cumpliendo la voluntad de su Padre. "Qué importa dónde voy, gustaba repetir, cuando es Dios quien me envía."
En el instituto que él funda, la manera de obedecer se presenta primero como el respeto a la autoridad casi absoluta de los Superiores, y esa exigencia estricta está ciertamente en la línea de los que anhela (2). Una forma de obediencia que no carece, sin duda, ni de grandeza, ni de mérito, ni de renuncia. El Padre, siguiendo la costumbre de su tiempo, pero también según su propia intención, da poco lugar al diálogo o a la escucha de las preferencias legítimas que las Hermanas podrían expresar. No obstante, está siempre atento, al confiar un puesto, un cargo o un empleo, a respetar los dones y disposiciones naturales de las Hermanas. Una obediencia que es sólo un ejercicio de ascetismo, sería un absurdo. Realista, equilibrado, muy humano, el Padre, aquí se aparta de ciertos maestros espirituales del pasado.

El Concilio Vaticano II, ha devuelto a la virtud de la obediencia religiosa, su verdadero valor que es teologal, y su dignidad de acto libre y responsable- y ha quitado quizás, el rigor y la absoluta sumisión exigidos por el Padre Planque. En adelante, si aceptamos siempre la mediación de los Superiores y de las comunidades para leer en su propia vida los signos de Dios, y si se hacen propias las decisiones provenientes de la autoridad, se toma más conciencia que se obedece a Dios. Las responsables y Hermanas, juntas se saben llamadas a discernir cómo hacerce disponibles a Dios para ayudar al bien de las personas y al progreso de todo el pueblo de Dios.

Tal es el tipo de obediencia vivida en la Congregación. Incluso revalorizada y re-humanizada de alguna manera, desde hace unos treinta años, la obediencia será siempre, como en la época del Padre Planque, un ejercicio exigente y difícil porque, permaneciendo en el recto camino de la búsqueda de la voluntad de Dios, llama a vivir el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor.

Así, el Padre, que no tiene nada, quizás de lo que se llama un maestro de espiritualidad, pero que es sin embargo un verdadero "espiritual", enteramente conducido por la Palabra y por el Espíritu de Dios, supo dar desde el comienzo, a los miembros de su Congregación, líneas de vida bastante fuertes para que puedan afrontar sin temor, y en la esperanza, el mundo desconocido que las espera. 


  1. Carta de Planque a las Hermanas de Cork, 22/12/1887: "La humilde obediencia conduce a Dios". Al Padre Bouche, 19/9/1868: "Al conservar el espíritu de obediencia y de devoción, harán avanzar la obra de Dios."
  2. Sobre la autoridad muy absoluta del Padre frente a las Hermanas, se tiene una carta del padre Pourret, 29/4/1880, que le reprocha "ejercer un poder demasiado personal y apremiante y de privarlas así, de la iniciativa y de libertad..." De hecho, el Superior ha querido adoptar una línea de conducta próxima a la de la Compañía de Jesús.

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